sábado, noviembre 11, 2006

Misiones y después: Muertos y vivos en la Argentina de hoy


Este es el artículo que saldrá en estos días en el Diario Ciudadano de Mendoza, ampliando algunos pareceres que ya fueron expuestos en este blog:

La excitación de los vivos

Un tal Bernal murió hace treinta años y sin embargo votó. Otro muerto, pariente de Rovira, también puso su voto como si tal cosa. Incluso uno que murió en el accidente de Austral del 97, votó el domingo como si nada. Un par de muertos encarnaron en ciudadanos paraguayos, que aparecieron en el municipio de Garupá con los documentos en regla para votar. "En los padrones hay muertos", reconoció el secretario del Tribunal Electoral provincial, Daniel Morcillo, aclarando la situación. ¿Podremos esperar la aparición de un Gabriel García Márquez para ilustrar con genio las particularidades del universo misionero, capaz también de contar que andan por allí tractores con una sola rueda y personas con una sola zapatilla, incompletos por un resultado que no aceptó forzarse?

En Misiones votaron fraudulentamente unos cuantos muertos. Es decir, los que votaron están vivos, pero se ampararon en muertos para ejercer una fuerza actual. Son vivos que se esconden en los muertos, algo que sucede todo el tiempo. Sucede en la vida en general, pero es especialmente visible en la política (tal vez porque las cuestiones afectivas resultan entonces disimuladas en los “motivos sociales”). Se trata de vivos que se ligan con los muertos (cadáveres actuando en las noticias) para que no muera un pasado que en realidad está ya muerto. Vivos que prefieren que la realidad paralice ciertas fuerzas de crecimiento porque no sabrían que hacer frente a las exigencias que éstas plantean. Es una metáfora que se presta a muchas variaciones, algunas hasta graciosas -los muertos que andan por la calle y no saben que están muertos porque nadie les dijo, a los cuales uno prefiere no enterar por temor de causarles una desilusión espantosa, o las referencias a los muertos vivos de las películas, que resurgen en momentos clave para hacer justicia o para impedirla-, pero la metáfora sirve para decir también que es bueno que ayer en Misiones hayan ganado los vivos por sobre los muertos.

Vivos que se juntan y se expresan y se atreven y buscan la forma de no quedar presos de una inercia parecida a la quietud final de la muerte. Vivos que no aceptan la fatalidad de la forma actual de las cosas y tratan de encontrarle la vuelta a la situación, para que se parezca más a lo que quieren y creen merecer. Vivos que incrementan su vitalidad para acceder a un protagonismo que los hace más vivos aun, más plenos, que transforma la escena de sus vidas en una vivencia más dinámica, más excitante, más cargada de ganas y de posibilidades. Vivos que se enfrentan a otros vivos que se disimulan en los muertos, para hacer que la realidad sea plástica y acepte ser modificada, para que quepan en ella los logros que decimos querer pero para los que parecemos tantas veces tan impotentes, tan quietos, tan contentos de hacernos también los muertos y quedarnos tranquilos.

Más allá de las metáforas y de las variaciones verbales, no creo que haya que exagerar la importancia de Misiones. No es que todo vaya a cambiar a partir de ahora, ni que hayamos a través de esa elección accedido a un nuevo nivel de ciudadanía. Lo que sí puede pasar, en todo caso, es que podamos tomar el resultado como una advertencia o invitación, como un impulso para animarnos a otras cosas. Es decir, el hecho en sí no es tan trascendente; lo que puede ser trascendente es que lo entendamos como un paso (¿primero, segundo, milésimo?) para estimularnos a otros pasos para los que sentimos con facilidad una pereza patológica o algo peor. Los ingredientes están: gente que no hace política que se acerca y acepta hacerla; votantes que se desprenden del ritual de darle su voto al peronismo sin pensarlo dos veces; gente que decide elegir, entre dos opciones, la que le parece mejor, aunque hacerlo pueda parecer raro; hartazgo de las malas prácticas de un estilo social que no es tanto el de los políticos y los corruptos como el de una red social de la que forma parte la misma mayoría que decepcionada intenta ahora otra cosa.

Y está sobre todo la presencia simbólica de la muerte, que calza perfectamente con la sensación de que en muchos casos los argentinos preferimos el pasado al presente y al futuro, preferimos la descripción apocalíptica y fatalista antes que el intento, la seguridad del fracaso antes que el riesgo de las pruebas, la visión miserable antes que la lectura correcta y positiva de una realidad que no tiene la culpa de nada. La vida es siempre exhuberante, desbordante, generadora de formas nuevas, de variaciones, de cambios que pueden resultar difíciles de asimilar. Más allá de las crisis puntuales que construimos cada tanto para no faltarle al mandato de la línea quebrada de nuestras subidas y bajadas, la otra crisis que nos atraviesa es la de un mundo que está en una mutación vertiginosa y a la que solemos describir automáticamente como negativa o decadente. Pero no lo es. Los decadentes o negativos podemos ser nosotros, más bien, cuando en vez de sintonizar con esa exhuberancia que también se expresa en nuestros cuerpos y en nuestros deseos, condescendemos a una moral de reprobación generalizada, cautela, formalidad y reproche. Cuando creemos que el verdadero actor de la realidad nacional es el presidente o el gobierno, olvidándonos de que el estilo de gobierno suele ser expresión de estilos difundidos por todas las situaciones en las que participamos o dejamos de participar.

Un país es un conglomerado de sociedades entremezcladas. Cultivar la idea de un centro del que depende todo es una de las maneras que ponerse al margen. No digo que no haya una responsabilidad especial en quienes ocupan los lugares de poder, pero creo que tenemos que darnos cuenta de que en muchos sentidos, en democracias como la nuestra (imperfectas pero abiertas, disponibles para modificarse según nuestra capacidad de crecimiento), hay muchas más oportunidades de mejora de las que a simple vista creemos. Eso nos dice Misiones, me parece.

(Genial el Francis Bacon que ilustra el post, ¿no?)

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